sábado, 2 de noviembre de 2013

Especiale Halloween Tira #32 Happy 'Helloween' III

 
#32. Happy Helloween III
 
Nueva tira de la saga Happy Helloween mostrando otros dos sucesos algo absurdos pero con razón: Barwoman parlando con Pam sobre el probelma de filtrear; y Olzombie y otros zombies resucitados por Black Metal mofándose de un disfraz del Sr. Lobo que en verdad acojona bastante a vuestros queridos piesesitos jeje.
 
Vamo al grano.
 
1º-> SANGRE:
 
--El desamor inundaba mi existencia. Sólo deforma extraordinaria Susana me premiaba con una noche lujuriosa. Era incapaz, nunca me fue posible, imitar su estilo de vida. Podía satisfacer misinstintos sexuales con otras mujeres, por entonces vivas, normalmente asistentes a las fiestas que organizaba Susanao a las que éramos invitados. Pero mi deseo era ella, y como tal, acudíairremediablemente, como público indiscreto.

La paradoja de un ser poderoso, inmortal, derrotado moralmente hacemucho tiempo. En otra época, en otro siglo.  
Deshacerme del cuerpo y de laropa. ¿Por qué tomarme tantas molestias si quería que me apresaran lo antesposible?. Tenía que crear “mi personaje”, para eso necesitaba más tiempo. Más víctimas. Arrojé el cuerpo al rio. Antes, imité lo que hice dos semanas antes. Su tumba no estaría bajo tierra,sino bajo agua. La cabeza embolsada la deposité al lado de una fuente, en uncéntrico parque. La ciudad, solitario desierto nocturno. Aliado.
Vi su cuerpo desnudo, sobre lacama, el de un hombre, también desnudo, a su lado. Tumbado. Ella de rodillas.Como una loba hambrienta. La boca ensangrentada. Entre las manos, el corazón reciénarrebatado del cuerpo, al que, por su postura, parecía rendir pleitesía. Me invitó a unirme a su festín. Clavé lamirada en el pecho abierto por sus propias manos, vacío de vida. Destrozado. Lasangre circulaba por sus manos, transformándose en ríos sobre sus brazos,suicidándose de sus codos a la cama y de esta al suelo. Asestó un mordisco alcorazón. Volvió a ofrecérmelo. Mientras masticaba. Los ojos enrojecidos.Paroxismo del éxtasis.
Jamás volví a ver esa mirada.Sólo en Susana. Su cuerpo, teñido de rojo, barbilla, cuello, pechos...
Rehusésu crudo menú.

No llegaron a encontrar ningúncuerpo. Pasaron de la media docena, mujeres, entre los 20 años y los 50. Algo más de siete meses. Existía un pánicocomo jamás hubo en la ciudad. Se hicieron llamamientos para que las mujeres noanduvieran solas desde última hora de la tarde hasta el amanecer. Era el momento…


Susana.Retumbaba su nombre en mi mente. Más de cien años. Amando. Sufriendo. Muriendode indiferencia noche tras noche. Nunca,a lo largo de los más de doscientos años que he vivido, he conocido a nadie tanfuerte, sus diarias víctimas le otorgaban un poder más allá de todo lo conocido. Sí, más hermosas, no lo niego,pero cuando uno se enamora no lo hace sólo del físico, me refiero al amorverdadero, no a la atracción sexual, aspectos que mezclan la mayoría, sepierden en su estupidez, en su mediocridad.

Eran años de algarabía política, social, artística, esos años quedarían sepultados por la guerra entrehermanos, por las represalias posteriores y por la dictadura revanchista yciega de razón. Susana se movía a gusto en esos años liberales.
La fiesta apuró las horasnocturnas. En la última copa, que yo le serví, disolví un potente somnífero. Condujeel coche. Ella dormía en el asiento del copiloto. Su melena rubia, alborotada,cubría su rostro. Frené. Estábamos a poco más de un kilómetro de casa. La saquédel coche. Entre mis brazos. Hacía meses que no la tenía entre ellos. Echada enel suelo, en la hierba, su cara seguía oculta entre hilos de oro. Destapé sumirada cerrada. Todos los días la veo. Besé sus dormidos labios. Acaricié su blanquecinocuello. Clavé mis colmillos en él. Pareció despertar, su cuerpo se convulsionólevemente. No. Siguió sumergida en el sueño inducido. Retorné a sus labios. Laslágrimas de mis ojos caían, como su sangre de mis colmillos. La nocheterminaba. Corrí hacía el coche. A toda velocidad, me dirigí al hotel dondetenía mi habitación, donde dormía desdehacía varios días.
De ella no quedaría nada. Sóloen mí. Su recuerdo diario. Su dinero. Parte de él. Sé que sufrió. Se despertóde dolor cuando las quemaduras eran ya irreversibles. Al menos acorté algo susufrimiento...
Cenizas. Cenizas que esparció elviento.
Miles de cuellos en los quehundí los colmillos. Sólo existió una mujer para mí. La maté. Dejé que ardiera.Que se consumiera, como ella dejó consumir mi amor hasta la nada. Antes denuestro primer encuentro no fui capaz de compartir mi vida por más de seismeses seguidos con nadie. Relaciones cortas. Vida demasiado larga. Siempre supeque acabaría sólo.
Aprendía vivir con ello. A sufrir.
La última cabeza la deposité enla plaza más céntrica de la ciudad. La cautela instaurada dificultaba mi cacería. El terror en la ciudad erairracional, nunca se vio convulsionada por un asesino en serie, menos queactuara con el sadismo que lo hacía.
La policíahabía cuadriplicado el personal nocturno. Necesitaron policías de otrasciudades, no daban abasto con los de la ciudad. Me trasladé a otra, a unos75km. La vigilancia era menor, acorde con la preocupación y el pánico popular. Lasmujeres decapitadas lo habían sido únicamente en una ciudad.
Noera especialmente atractiva, más bien lo contrario, y algo baja de estatura,para mi gusto. Pero quería acabar con esto cuanto antes, no era momento paraser exigente. A pesar de todo, me costó contener mis instintos sexuales. Ledestroce el cuello. Manché de rojo su ropa. La mía. También el suelo. La tierradel parque ocultó los restos de sangre. La cacé mientras andaba rápido pormitad de él, la chica tenía prisa, daba igual, nunca llegaría donde quisieraque fuera. Su confianza y mis colmillosla mataron. De vuelta a la ciudad, a mitad de camino, entre las dos ciudades,detuve el coche y seccioné la cabeza delcuerpo. El cuerpo lo cargué en el maletero. Aparcado el coche en el garaje, fuiandando, con una pequeña mochila en la espalda, en la que portaba mi regalopara la ciudad, hasta la plaza del Pilar.

Sentíun escalofrío estremecedor. Pronuncié su nombre. Poco más que un susurro.Sonaba extraño. Palabras que se ahogan en el mar de la soledad. Pese a suindiferencia, el vacío fue inmenso. Inabarcable.
La siguiente noche acudí a suinesperada tumba. Nada quedaba de ella. Su belleza voló, como sus cenizas,lanzadas por el viento. Enseguida se echaría en falta a Susana. A mí no tanto.Todos intuirían que el culpable de su desaparición era yo. Por eso me acerquécon el coche donde la dejé morir. Sólo un anillo y un collar descansaban enlugar de su cuerpo. Junto a ellos abandoné un colgante que solía llevar. Elcolmillo de un lobo. Por lo extraño, todos sabían que sería mío. Me marchéandando. Dos solitarias maletas. En una, joyas y dinero, en la otra, ropa.
Anduve toda la noche, solitario,entre la fría noche. Hasta llegar a un pequeño hotel. Volví a una vida alejada del lujo. Susana fue excesiva en todo. Mi vida, antes de conocerla, fuemediocre. Mediocre y pobre. No por ser pobre se es mediocre. Mi mediocridad sedebía a mis fracasos personales. Por mi pasado, no se me hizo demasiado duroeste cambio. No fui dado a extravagancias ni excesos aun cuando dispuse de unafortuna. Me establecí temporalmente en una pequeña villa. Cercana a una de lasmayores urbes del país. Por unos meses abandoné la condición de nómada. Debieronpasar entre seis y siete meses desde que vacié mis ganas de vivir. Sólo me quedabael mantener mi cuerpo con vida. Mi alma murió con ella. En el momento en el quese desentendió de mí.
Meses en los que rara vez dormíatres días seguidos en la misma cama.
La taberna parecía una cuadra, ycomo tal olía. Su desagradable y profundo olor no me detuvo. Me pareció unsitio tan bueno, o malo, como otro cualquiera. Quería emborracharme. Después devarias jarras de cerveza, alguien golpeó mi hombro. Me giré. Me quedé sinpalabras. Era David Mendoza. Uno de los últimos amantes de Susana.

Rompiendo mi "modusoperandi", esperé agazapado en un portal, no muy lejano del centro de laciudad. La hora también era más temprana que la de costumbre. Esto hacía que eltránsito de personas en la calle fuera, aún, abundante. La policía se dejabanotar. No esperé mucho. Me abalancé sobre una mujer, rara era la que, sindistinción de edad, no fuera acompañada, la primera que vi sin guardaespaldas,sin pensármelo, fui a por ella, no me fijé en una especial, me daba igual.Siempre me da igual. Únicamente buscaba que me gustaran. Ya que luego meaprovechaba de sus cuerpos... Esta vez, ni eso. Los papeles que llevaba en lasmanos cayeron al suelo, en un desorden similar al de las hojas perennes que yacíanen el suelo. Permití que gritara. Cuatro agentes de policía observaron la escena, clavé mis colmillos ensu cuello, los papeles se enrojecieron. Los cuatro agentes, uno de ellos mujer,me apuntaron con sus armas, me gritaron que soltara a la joven, la dejé caer.Levanté los brazos. Me entregué. Les entregué mi inmortalidad.

DavidMendoza, difícil saber si fue el último. Al menos fue el último del que tuveconocimiento. El último al que Susana permitió vivir tras la orgía de sangre ysexo. Era todo lo que no era yo, atractivo, joven, fuerte. Creí no dejar rastroalguno de mi huida. Pensé que todos se tragarían el cuento de que morí junto aella. Por eso dejé mi colgante al lado del suyo. El caso es que él estaba ahí.Uno de los dos no podía llegar a la noche siguiente. En su mirada leí unapregunta. No hablamos. No había nada que decir. Agoté lo que quedaba de cervezaen la jarra. Me levanté. David parecía un reflejo en el espejo. (Si, nosreflejamos). El callejón, oscuro, sin luz alguna cercana, estrecho. Sus puños golpearonmi rostro. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete... Recibí los golpes comoun pelele. Casi sentí placer. Doloroso placer. Abrió una brecha en mi mejilla,mi nariz también sangraba. Sus ojos enrojecieron. Enseñó los colmillos. Lapresión de su brazo y la pared aguantaban mi cuerpo. Esperaba que acabaraconmigo. Vino a mí el rostro de Susana. Me los imaginé follando. La rabiaencendió mis ojos y calentó lo poco que me quedaba de alma. Con un golpe meliberé de la presión de su brazo. Con otro en su abierta boca sedienta de misangre, lo derribé. Me agaché. Puse mis dos piernas flexionadas sobre suestómago. Antes de que pudiera reaccionar, con mis manos, le abrí el pecho.Arranqué su palpitante músculo. Le asesté un mordisco. Escupí el trozo queseccioné aún lado de su joven cara. Aún con el motor de su cuerpo en mi manoizquierda, registré su traje buscando cualquier documento que lo pudieraidentificar con la mano derecha.
Elcallejón, posiblemente no viera losrayos solares a ninguna hora del día. No era demasiado tarde. No podía salircon su cuerpo ensangrentado sin levantar sospechas. Además era muy corpulento ypesado. Debía dejar que encontraran elcuerpo. Por eso debía evitar su posible identificación, o atrasarla lo máximoposible. Por eso golpeé su cabeza contra el suelo hasta dejarla deformada. Supuseque alguien más estaría al tanto del descubrimiento de David. No podíaperder mucho tiempo. En el registro sóloencontré un poco de dinero. Mi sorpresa fue el encontrar una carta de Susanadirigida a él...--


2º-> VIDEO CREEPY Por Magiosa
 



3ª -> WEBCOMIC
 
La Luna Solitaria - de Lira, una fémina muy artista que dibuja muy bien historias sobre la amistad y la felicidad y alegra muchos corasones.

Bueno Damas y Caballos, esto ha sido casi todo por hoy, ya veremos si mañana logramos actualizar con lo que tenemos encima jeje.

Saludos y toda esa Bzofia.

OKAS!



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''Los hombres del Futuro mirarán atrás y dirán que conmigo empezó el siglo XX''
 
*Jack El Destripador





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